Nacido en un establo
Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. Lucas 2:7.
Jesús eligió formar parte de la familia humana, haciéndose hombre y viviendo como hombre, con todo lo que eso implica, excepto en experimentar el pecado (lee Heb. 4:15; 7:26; 1 Ped. 1:19), a tal punto que pudo declarar, luego de una vida de prueba, siempre asediado por la tentación: “¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?” (Juan 8:46), y “viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí” (Juan 14:30).
Ese pobre establo y ese austero pesebre no son sino símbolos y pequeñas muestras de la humildad, la abnegación y la sencillez que caracterizaban su corazón divino antes de la encarnación, exento de egoísmo y orgullo; y de la vida simple, natural, mansa y modesta que tendría desde ese pobre nacimiento hasta que diera su vida en la cruz, por amor a todos nosotros, a la corta edad de 33 años.
Ese establo y ese pesebre también nos dicen, de alguna manera, que aunque Jesús no pertenece a este mundo, ha deseado simpatizar con nuestra humanidad, con nuestra existencia terrenal. Representan la profunda identificación de Jesús con el ser humano, su simpatía y consustanciación con todo lo realmente humano. Es la expresión máxima de la dignificación del hombre por parte de Dios. Cristo no asumió la humanidad con el propósito de venir a cumplir su misión expiatoria en la Cruz para luego abandonar su naturaleza humana y volver a ostentar únicamente su plena divinidad. El plan de redención contempla la eterna asunción de la naturaleza humana por parte de Cristo y, por ello, su eterna identificación con nosotros; su empatía con lo que amamos, con nuestras más nobles aspiraciones y sentimientos, con lo que significa e implica la experiencia de ser humano. Por eso San Pablo puede decir que él “no se avergüenza de llamarlos hermanos” (Heb. 2:11).
¡Qué maravilloso Salvador! Tan superior a nosotros en pureza, carácter, sabiduría y amor; y sin embargo tan cercano a nosotros que no se avergüenza de sentirse hermanado en nuestras luchas y dolores, así como en nuestros sueños, aspiraciones y auténtica búsqueda de la felicidad.
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie
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